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Tulia y Alberto

 

Tulia y Alberto

Toda mi vida he visto a mis padres con gran gratitud y admiración; y cuando yo era un niño pequeño esa visión incluía cierta magia y fantasía propia de la infancia. Me parecían guerreros heroicos que con sus armaduras, así  fueran invisibles, eran capaces de grandes hazañas y de enfrentar cualquier obstáculo que encontraran en su camino. Con el paso de los años he tratado de entender a través ellos lo que es encarar la responsabilidad que implica ser padre o madre, o incluso la responsabilidad de lo que es llevar una vida con la cual sentirse satisfecho cada día.

Mi mamá trabajaba como enfermera y mi papá como profesor. Algunas veces mi mamá debía cubrir turnos en fines de semana o por la noche, y mi papá debía llevar el almuerzo en termos para comer dentro del carro en el afán de ir de una universidad a otra para dictar clases. Cuando uno de ellos estaba trabajando, el otro se encargaba de cocinar y ayudarnos con las tareas a mi hermano y a mí. Aunque algunas veces preparaban platos que requerían tiempo, los que más recuerdo son la tortilla que hacía mi papá a la hora del desayuno y la sopa de verduras con carne que hacía mi mamá a la hora del almuerzo.

Muchas veces íbamos en el viejo Volkswagen de mi papá a recoger a mi mamá a la clínica donde ella trabajaba y algunos fines de semana íbamos a jugar a la Universidad Nacional. Pero el tiempo cambia las cosas, y con el paso de los años mi papá dejó de manejar el carro. Los problemas de salud van mermando la agilidad, y las cuatro ruedas del Volkswagen se cambiaron por las de una silla de ruedas. Aunque mi papá puede caminar, algunos problemas de la columna hacen que se canse muy rápido de las piernas y de la espalda.

Poco a poco la silla de ruedas se ha convertido en un integrante de la familia, ya que cuando vamos a algún lugar hay que mirar que se pueda llevar la silla y cuando necesitamos un taxi, dependemos de que el taxista acepte llevarnos con la silla, algo que no ocurre tan seguido como quisiéramos. Adicionalmente, las calles y los andenes de Bogotá presentan muchos obstáculos para la movilidad en silla de ruedas: huecos, bolardos y vehículos mal parqueados se interponen en el camino.

La vocación de ser enfermera es algo que ha permanecido en mi mamá después de varios años de dejar de ejercer su profesión. El deterioro de la salud de mi papá implica un acompañamiento y cuidado que mi mamá provee continuamente; y no solo se necesita paciencia y conocimiento, si no fortaleza física para empujar la silla de ruedas por los accidentes geográficos que aparecen en la ciudad. A pesar de tener que esperar mucho para conseguir transporte y a veces perder citas médicas o llegar tarde a compromisos, mis papás se sacuden la contrariedad y el cansancio y conservan su sentido del humor.

El compromiso de compartir la vida con otra persona es algo que no tiene límites, puede incluir tener y criar hijos, llevar a cabo proyectos juntos y acompañar al otro. Viendo la relación de mis padres a lo largo de los años, con sus altibajos y sus problemas, me doy cuenta de que una vida ejemplar requiere no solamente fortaleza y coraje, si no también cierta magia y fantasía, propia de la infancia.

Fotografías y textos por Luis Palacios.

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