3.jpg

La calle suena

 

La calle suena

 Yendo en un taxi sobre la carrera trece con la calle 53 en la ciudad de Bogotá vi a un hombre con un ojo verde y otro oscuro y hundido, con una expresión en los ojos que indicaba que no podían ver; tenía una guitarra en su estuche colgada en su espalda y estaba de pie en el andén esperando. 


Sin pensarlo me bajé del taxi, me presenté y le comenté que me llamaba la atención la historia de vida de alguien como él y que me interesaba acompañarlo en su rutina y contar su día a día a través de fotografías. El respondió con amabilidad y me dio su número de celular.

Acordamos encontrarnos; el día pactado lo vi cruzar la calle ágilmente hasta la esquina en la que yo me encontraba. Hablamos un rato acerca de su pasado. Él me contó que en las circunstancias en las que creció no existía la posibilidad de estudiar hasta obtener un título profesional. Así que se dedicó a trabajar en construcción. Le gustaba ese tipo de trabajo y las charlas con los compañeros en los recesos y a la hora del almuerzo. 

Pero un día un muro en el que estaba trabajando se desplomó y le golpeó la cabeza. El accidente provocó el desprendimiento de las retinas de ambos ojos, lo cual lo llevó a la pérdida de la visión. Tenía veinte años cuando esto sucedió. Me comentó que el cambio fue duro, tenía que estar acompañado de alguien para salir a la calle y se sentía inseguro. Pero tras su recuperación en el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos comenzó a desarrollar las habilidades que lo ayudaron a convertirse en la persona que es hoy a sus cuarenta y dos años. 

Sale solo a trabajar en los buses de Bogotá con su guitarra, una armónica y su voz. Siempre sabe en qué lugar de la ciudad se encuentra así el bus esté en movimiento. Sabe en qué momento bajarse de cada bus para cumplir con su ruta diaria. Canta y toca la guitarra sin caerse cuando el bus frena de repente. Y cuando camina en la calle utiliza el bastón a la perfección y además identifica los buses que le sirven según el sonido de cada motor. Sabe cuándo el semáforo está en rojo según el sonido de los carros.

Aparte de la movilidad, su forma de enfrentar la vida cambió totalmente después de perder la visión: es mucho más perseverante con cada reto que se presenta diariamente. Puede hacer complicadas cuentas aritméticas mentalmente, cosa que antes del accidente no podía hacer aun teniendo papel y lápiz.

Luis Eduardo reconoce que la opción más fácil de ganar dinero después de perder la visión hubiera sido “retacar”, que en el medio de los trabajadores ambulantes significa pedir dinero recurriendo a la lástima en los usuarios de los buses y en los peatones en la calle. Pero siempre buscó una manera de ofrecer algo a quienes lo escuchaban en los buses. Primero decidió vender bolsas en el transporte público, y luego empezó a aprender poco a poco algunas canciones en la guitarra hasta que se sintió seguro de poder interpretarlas frente a un público.

La gran mayoría de personas que trabajan en los buses y en la calle lo conocen y lo respetan; hay un ambiente de camaradería y seguridad en su trabajo; a pesar de trabajar solo muy rara vez tiene problemas con otras personas. El tipo de riesgos que enfrenta en su oficio son los vehículos manejados por conductores imprudentes, uno de los cuales destrozó su bastón con una de las llantas, ocasión en la cual fuimos al Instituto Nacional para Ciegos a comprar un bastón nuevo para que pudiera salir a trabajar al día siguiente. Episodios aislados como este son la excepción. 

Curiosamente la pérdida de la visión incluyó la perdida de la prevención y de la pena. Ya no piensa dos veces a la hora de pedir permiso para subirse a un bus o para interrumpir el silencio del transporte urbano para cantar alguna canción. El mismo lo dice: "a mí no me da pena cantar en los buses porque no veo a nadie".

En su lucha diaria, he sido testigo directo de esa tenacidad con la que él vive, al acompañarlo en su jornada y ver como algunos días pasan muchos buses que no lo dejan subirse a trabajar, mientras él soporta el sol o a veces la lluvia. Cada día de trabajo es una jornada de 7 am a 3 pm de pie con solo una empanada y una gaseosa como almuerzo.

Pero él está agradecido por haber quedado ciego, ya que antes no se le medía a las faenas que enfrenta hoy en la calle y en los buses. En palabras de Luis Eduardo: “yo nací para ser ciego”.

Fotografías y textos por Luis Palacios.
Todos los derechos reservados.